
Un soplo de luz directo a los párpados le despierta, olvidó cerrar del todo la persiana y este es el aviso de un nuevo día. Marco se envuelve en las sabanas, el cuerpo le pesa aunque no tanto como el alma. Un presente borroso le hace difícil imaginar un mañana, un pasado demasiado claro no le deja desemborronar el presente.
El recuerdo del sabor del café le da el impulso para abandonar la cama. La mañana es clara y el sol entra por la ventana pintando de claro la esquina del sofá donde está sentado, mientras agarra la taza con las dos manos, el aroma de su contenido le atraviesa y le viene a la mente todo aquello que le anuda la garganta.
Quizás fueron malas decisiones que no lo parecían en su momento, tal vez no lo hizo bien, o simplemente fue eso que llaman destino, su cabeza no descansa ni de día ni de noche, le cuesta no sentirse desgraciado y encima hoy tiene que ir al hospital, nada importante, pero se le hace pesado.
El ruido de la puerta del portal al salir le saca de su laberinto mental, hace un buen día, huele a verano y el sol que no hace mucho que abandono el horizonte calienta su cara de un modo agradable. Camina y rápidamente lo hace como un autómata, no tarda en caer de nuevo en su agujero negro interior.
Aunque sabe que no esta solo la sensación de soledad le visita a menudo, y se ha acostumbrado tanto a ella que muchas veces le cuesta soltarla de la mano. Su futuro laboral no va mucho mejor que el presente, una mierda vamos y el amor es algo que se le resbala de entre los dedos una y otra vez y que va dejando posos en su corazón.
El pitido en el metro le avisa de que esta es su parada, se pone a la cola y se funde con la masa de almas que dan vida a la ciudad, tan solo se deja llevar por la corriente que lo dirige hasta la salida, se convierte en uno mas, nadie se mira sino es para sus adentros.
En la calle llena sus pulmones de aire fresco e inicia el corto camino al hospital. Cinco horas de espera que le parecen cien, cien horas de hundirse en pensamientos, en repasar momentos del pasado. Sin que se de cuenta la sala se va vaciando de caras anónimas hasta que tan solo quedan el y un vacío albino. Marco se siente desgraciado.
Un leve chirrío de la goma de las rueda de una silla de ruedas contra el pulido suelo del hospital rompe el silencio, una mujer, ataviada con una bata blanca es empujada por un enfermero, que quizás en un intento por humanizar la situación deja a la mujer justo en frente de Marco y marcha, ahora el blanco solo los rodea a ellos dos.
Tubos y vías le hacían de venas, la bata caía en su cuerpo sin que llegase a ajustarse en ningún recoveco, tan solo cuarenta kilos de padecimiento. Cada respiración era una batalla ganada a la vida que no habría llegado mas allá de los cuarenta años, sus ojos miraban algo perdidos, reflejaban un sentimiento de incomprensión, injusticia, el cansancio en ellos era evidente, la lucha comenzaba a ser infructuosa, entendían cual era su destino inalterable.
- Soy un pedazo de idiota- pensó Marco.